Por Pranada Dasi

Al haber sido una voz pionera para las mujeres en ISKCON, me han preguntado en repetidas ocasiones por qué decidí pronunciarme. Siempre he dado respuestas generales, salvo a un grupo reservado de personas, y nunca he respondido a la pregunta de manera pública. Pero ahora, mientras compilo este libro, me doy cuenta de que hace falta una introducción para el primer escrito. La carta que escribí a Saudamani dasi hizo que las mujeres en ISKCON alzaran su voz. Con el siguiente relato descubriremos la razón de todos los ensayos de este libro.

Para poder encontrar la fuerza para escribir, tomé en consideración los siguientes puntos:

(a) La historia se está olvidando,
(b) lo que han pasado nuestras mujeres, y por ende nuestros hijos, no debería suceder nunca más, y,
(c) aunque algunos de los comportamientos abusivos en contra de la primera generación de mujeres en ISKCON haya disminuido, el comportamiento degradante, despectivo y discriminatorio hacia ellas se mantiene en muchos templos.

Estas fueron las razones por las que me decidí a compartir mi relato personal, libre de censura, y que me inspiraron a defender a las mujeres en ISKCON.

1984
Solo faltan dos horas para el mangala-arati y todavía no logro dormir. Tumbada en el suelo, en mi saco de dormir, clavo la mirada en el techo, y en la oscuridad de la noche aparecen escenas vívidas, una tras otra, llenas de color y emoción. Se repiten una y otra vez. Giro de un lado a otro y lloro.

Hasta esa noche no me había dado cuenta de cuánto me habían afectado los años anteriores. Cada vez que un hermano espiritual se atribuía el mérito de un servicio que yo había ofrecido, me lo tomaba como una oportunidad para ser humilde; no le daba importancia, pues estaba ansiosa por ocuparme en servicio. Asumí cada vez más servicios de responsabilidad y me hice experta en administrar. Me elevé eufóricamente dando a cada minuto toda mi energía, todas mis habilidades (y todo mi ser) a Srila Prabhupada y a Krishna con alegría absoluta. El sacrificio me proporcionó mucha felicidad y ¡siempre quise dar más!

Pero empezaron a suceder cosas extrañas. Un hermano espiritual me dijo que no le gustaba mi entusiasmo en tener servicio y me impidió seguir gestionando las grabaciones para un guru. Cuando no encontraron a nadie más que lo hiciera, me pidieron que retomara el servicio. También mecanografiaba las cartas de un guru del GBC. Otro devoto dijo que quería buscar a alguien para reemplazarme, a pesar de que yo escribía bien a máquina, lo hacía a tiempo y era confiable. El servicio nunca se acumuló ni tampoco hubo retrasos. Este devoto también dijo que no le gustaba que yo estuviera haciendo tanto y que buscaría un sustituto. Pasaron las semanas y no lo encontraron, así que decidió amenazarme periódicamente con quitarme el servicio.

En ese momento yo trabajaba en los dos volúmenes finales del Srila Prabhupada Lilamrita como diagramadora, revisora y encargada de producción de la editorial Gita-Nagari; teníamos poco personal y un plazo límite ajustado. De repente, un día, decidieron cumplir con una de las “promesas” de quitarme el servicio, y me dijeron que un hombre se iba a hacer cargo de mis responsabilidades en la dirección de producción. El devoto designado no tenía experiencia en la producción de libros, pero accedí y estuve muchos días entrenándolo en todos los aspectos del servicio. Para mi sorpresa, él no estaba interesado en el servicio y sencillamente no lo hizo. Pasaron los días y las semanas y nunca se presentó en la oficina. Él sabía que yo estaba capacitada para manejar el servicio y que lo haría. Aún así mantuvo el puesto de director de producción, lo que me dificultó hacer el trabajo. Él recibía las comunicaciones de los miembros del equipo y de los impresores, pero no me las pasaba. Los aspectos de la producción se perdieron casi por completo y la agenda se detuvo prácticamente en su totalidad hasta que me devolvieron el servicio. Estos son tan solo dos ejemplos entre una gran variedad de situaciones.

Estos recuerdos se arremolinan y me recrimino: No estás siendo humilde. Este pensamiento me tortura. ¿Cómo puedo avanzar si no soy humilde? Mi mente da vueltas tratando de tranquilizarse; pero recupera sin tregua docenas de recuerdos. ¿Por qué mi mente hace eso? ¿Tendrá que ver con el origen de la depresión actual que no logro superar?

Antes de que pueda deliberar en ello, otro pensamiento se precipita en el techo. Estoy caminando fuera del templo, cuando de pronto un hombre escupe en el suelo, en mi dirección. He visto a otros hombres escupir a mis hermanas, algunas veces directamente sobre ellas. Supongo que esa era la manera de responder a la afirmación tan frecuente de que hay que escupir ante la idea de la vida sexual; pero ellos escupían a seres humanos.
Ahora aparecen las escaleras del templo de Santo Domingo. Es 1977 y estoy embarazada de seis meses. Cuando empiezo a bajar las escaleras, me resbalo y me vengo abajo; el brahmacari que sube las escaleras simplemente apoya su espalda contra la pared para no tocarme. Otro brahmacari se niega a compartir conmigo la leche que se ofrece cada día a las Deidades.

La escalera trae muchos recuerdos de los pasillos. Puedo verme de pie apoyada de cara a la pared, acercándome lo máximo posible para que un brahmacari pueda pasar libremente sin que haya la más mínima posibilidad de que, por accidente, llegue a tocarme, y para ahorrarle que me vea de frente. He visto a muchas otras mujeres hacerlo y se ha convertido en la “etiqueta correcta”.

Ahora la escena cambia y veo una fila de mujeres ante la mesa del prasadam del almuerzo. La mayoría de los hombres llegan tarde y sin prisas, y se colocan detrás del último hombre y delante de la primera mujer. Aunque seamos las primeras, siempre quedamos al final de una larga cola. No importaba que nuestros hijos tengan hambre y lloren, y que, una vez más, no quede suficiente prasadam para las mujeres. Ya sabemos que, si hay alguna preparación especial, la sirven únicamente a los hombres, que en ocasiones la disfrutan haciendo comentarios en voz alta y pidiendo más.

Esto desencadena otros recuerdos en relación con el prasadam. Me he lastimado la espalda y apenas puedo caminar. Tengo que hacer mi servicio en una casa que queda a un kilómetro y medio del templo. No puedo caminar hasta el templo para almorzar y tampoco puedo ir en el auto que lleva todos los días a los brahmacaris. Después de pasar hambre por unos días, me armo de valor para pedirles si pueden traerme un plato de prasadam; el único que no me ignora completamente, se ríe y dice: “Por supuesto que no”. Así que, durante meses, me quedo sin comer al medio día; para cuando logro llegar al templo, solo quedan algunas sobras, pero aprendo a arreglármelas.

Mi mente se traslada a un harinama en Hollywood Boulevard, en Los Ángeles. Como de costumbre, las mujeres y los niños van en la parte de atrás de la procesión. Hombres intoxicados nos acosan, y algunas veces nos agarran del brazo y tratan de abrazarnos y besarnos. Nos preocupan nuestros niños que van en sus cochecitos.

Me reprendo diciéndome: Deja de buscar problemas en todo, Pranada. Pero mi mente no logra detenerse. Me pregunto si estoy enloqueciendo. Nunca había experimentado un tormento como este y no entiendo por qué reclama mi atención. ¿Por qué te concentras en lo que consideras injusticias cometidas contra ti? Después de todo, son errores pequeños. Esta no es la actitud de un devoto.

No me estoy volviendo loca; no me estoy inventando recuerdos. Empiezo a reconocer que estos son recuerdos reprimidos que van aumentando en una avalancha desconcertante. Hasta ahora, no me lo había tomado en serio o lo había olvidado a propósito. ¿Qué es lo que realmente me molesta? ¿Qué es lo que está tratando de decirme mi subconsciente? Los recuerdos aparecen velozmente y no puedo detenerlos: no me da tiempo a reflexionar cuidadosamente.

Ahora una voz me pide que considere otros puntos. Sí, es cierto, reconozco. En todos los templos en los que he vivido, las clases diarias del Bhagavatam son sesiones dedicadas especialmente para menospreciar a las mujeres, aunque la mayor parte de la audiencia seamos mujeres. Estos discursos prolongados continúan, aunque el tema no sea acerca de las mujeres. No hay un solo día en el que no se las maltrate verbalmente.

Me pregunto por qué el orador es incapaz de compensar las declaraciones ofensivas de los shastras. Muchas de esas generalizaciones son tan discriminatorias que difícilmente pueden aplicarse a todas las mujeres. ¡Frecuentemente ni siquiera aplican a la mayoría! Como los textos fueron escritos por hombres, es comprensible que ataquen a las mujeres: para fortalecer sus prácticas. Pero los tiempos han cambiado y gracias a Srila Prabhupada, ahora las mujeres también podemos practicar la filosofía. Así pues, el texto también puede aplicarse en sentido contrario: debemos protegernos de la atracción y el apego por los hombres, que también son necios y están navegando el samsara. Pero nadie habla de ello, y aunque existe la misma cantidad de versos criticando a los hombres, parece que los oradores sufren de amnesia y no los recuerdan. Ninguna de las declaraciones es absoluta, pero nadie explica la diferencia entre lo relativo y lo absoluto. Y definitivamente nadie menciona que las mujeres devotas no son mujeres ordinarias. ¡Qué comportamiento tan aborrecible!

Mi mente hace un repaso a lo largo de los años y comprendo que se ha degradado todo lo relacionado con las mujeres: las propias mujeres, sus esposos y sus hijos. Sin duda alguna yo me daba cuenta, pero no le prestaba atención porque estaba muy absorta en hacer servicio y no me importaba nada más.

Entonces me sobreviene un pensamiento asombroso: ¿Has visto lo que has hecho? ¡En respuesta a cómo se trata a las mujeres, te has intentado convertir en un hombre! Paso mi mano por los mechones de pelo y tiro de mi sikha. Durante años has usado dhotis blancos como sari, con el borde más fino posible.

Por primera me echo un vistazo: parezco un hombre. He intentado convertirme en un hombre. Se me ocurre que, aunque fue inconsciente, se trataba de una estrategia razonable. Después de todo, como madre soltera pertenecía a lo más bajo de la jerarquía social y sabía que, para poder ocupar un lugar en lo que se había convertido ISKCON, tenía que dar mucho de mí misma y más que cualquier otra persona. Y lo hice. Hacía el servicio de dos o tres personas y lo hacía bien, feliz y con entusiasmo. Bueno, pensé, aunque psicológicamente no sea adecuado, no hay nada más importante que el servicio. Pero ¿por qué mis hermanos me lo siguen quitando? ¿Por qué no puedo hacer aquello que hago bien? Nunca me aceptarán a pesar del hecho de que prácticamente me he convertido en un hombre.

Recuerdo la cita de Tulasi Dasa que circuló por ISKCON: “Puedes golpear a un perro, un tambor o a una mujer hasta obtener un sonido agradable”. También recuerdo a las mujeres que me confiaron su angustia, y cómo sus esposos se habían apoyado en esta cita para golpearlas.

La noche llega a su fin. Me levanto para el mangala-arati y sigo adelante con mi día. Pero cuando me acuesto a la noche siguiente (y la siguiente, y la siguiente y la siguiente), el techo se convierte una y otra vez en una pantalla de cine. No puedo detener la avalancha de recuerdos. Ni el razonamiento psicológico ni las oraciones son capaces de calmar mi mente o detener los recuerdos que necesitan salir. Me veo forzada a aceptarlos

El techo ahora me muestra a mis hermanas espirituales tratando de encontrar un lugar para cantar japa. La temperatura exterior es bajo cero. En la sala del templo hay dos calefactores grandes, pero solo los hombres tienen derecho a estar allí. En uno de los templos donde viví, se reservó una habitación sin calefacción para las mujeres. Era donde se guardaban los zapatos y teníamos que apartarlos para poder sentarnos. En otra comunidad, nos dieron una habitación sin calefacción fuera del templo. Muchas mujeres acababan yendo a sus habitaciones, pero este no era un lugar apropiado para cantar japa atentamente y las veía distraerse o descansar en lugar de cantar.

Veo a Jadurani en Los Ángeles, sentada en el vyasasana dando una clase del Bhagavatam. Fuera del templo se escuchan las voces de algunos hombres trastornados con esta situación. Sus quejas no tienen que ver con la calidad de su clase, solo quieren que deje de hablar. En Hawái, Kirtanananda Swami se queja con Srila Prabhupada y le pregunta si pueden impedir que Jadurani dé clases, pero él no está de acuerdo. Aún así, nunca más invitan a Jadurani para que de una clase.

En el año de 1977, en Puerto Rico, el templo se trasladó de la ciudad a las montañas de Gurabo. En la nueva propiedad había dos edificios; uno en buen estado y otro que estaba deshabitado y lleno de ratas enormes. A las mujeres se les dio el último edificio y a los hombres el que estaba en mejores condiciones. Durante las noches nos turnábamos para hacer guardia con una escoba. Cuando las ratas saltaban de las vigas las golpeábamos para que cayeran en el suelo y no sobre las camas. Había dos bebés entre nosotras y sabíamos que las ratas los muerden alrededor de sus bocas.

Al menos teníamos un lugar para quedarnos. Había templos que carecían de instalaciones para mujeres, a pesar de que sí había para los hombres.

Ahora en el techo veo a mi muy querida amiga, T, quien colecta grandes sumas de dinero. En el año de 1983 se escabulló en medio de la noche para abandonar la conciencia de Krishna. Ella es una de las víctimas que no toleró el maltrato. Aunque he visto irse a otras mujeres, su partida me afecta profundamente, porque es una amiga muy cercana. Ahora en mi cabeza veo a muchas mujeres que visitan el templo, se dan la vuelta y se van horrorizadas. Estos recuerdos me desgarran el corazón y lloro.

Ojalá pudiera dormir antes del mangala-arati. Entonces recuerdo otros mangala-aratis. Estamos en la parte de atrás del templo y nos cuesta ver a las Deidades. Si mi hijo se porta mal, lo castigan a irse al fondo del templo con las mujeres. Los niños saben que los están rebajando. ¡Oh, Krishna, los niños están escuchando las clases! ¿Cómo no me di cuenta de lo importante que es esto?

En el techo aparece la imagen de una hermana espiritual que me trajo un anillo de bodas. A medida que esta imagen aparece (por primera vez desde que sucedió en 1973), mi cuerpo tiembla. ¿Qué pasa? ¿Por qué esta imagen me perturba más que las otras? Una avalancha de recuerdos me abruma.

Cuando se cerró el aeropuerto de Los Ángeles, me dijeron que pasaría a formar parte del nuevo grupo de Y, un equipo de mujeres dedicado a recaudar dinero. Otra mujer del grupo se me acercó. Abriendo la palma de su mano, me entregó un anillo y me dijo: “Básicamente te estás casando con Y. Este anillo es para ti”. Rechacé el anillo y la oportunidad de casarme con un hombre casado, sobretodo porque ¡yo también estaba casada! Pero no me sacaron del grupo. Nuestro pequeño equipo fue a Berkeley para que el grupo de mujeres de Jiva nos entrenara, y Jiva entrenara a Y.

Una noche, después de que apagaran las luces, D, que dormía en su saco de dormir junto al mío, me susurró:

–Haz todo lo que te pidan sin cuestionar, sea lo que sea. De lo contrario, habrá consecuencias. ¿Te has enterado de que B se ha roto un brazo? Dicen que se cayó, pero es mentira. ¡Jiva la golpeó! Él golpea a quien quiere y tiene sexo con muchas de las mujeres. Existe la idea de que él está casado con muchas mujeres.

–¿Y no pueden hacer nada?

–¿A quién se lo voy a decir? ¿Qué me hará Jiva si digo algo?

–Antes de llegar aquí, G me dijo que yo tenía que considerarme casada con Y, y se supone que debía aceptar el anillo, pero no lo acepté –susurré.

Mientras recuerdo estas escenas empiezo a sollozar. ¿Por qué, en ese momento, no le dije a nadie, a cualquier persona, lo que les estaba pasando a estas mujeres? Trato de tranquilizarme. Estabas espantada, aterrorizada y solo tenías dieciocho años. Cuando regresamos a Los Ángeles pude salirme del grupo de Y. ¡Me pregunto cuanto más tuvieron que pasar aquellas mujeres!

En 1976, algunos meses antes de nuestro viaje a Berkeley, dos o tres mujeres se me acercaron por separado (y con discreción) para avisarme de que todas las mujeres de Los Ángeles estaban planeando esconderse durante la visita inminente de Tamal Krishna Maharaja. Me sugirieron que me uniera a ellas, porque Maharaja planeaba enviarnos a todas a Australia.

“Prabhupada no haría eso, ¿cierto?”, pregunté. Nadie estaba seguro.

Ahora la escena del techo cambia. Estoy en el templo de la calle 55 West. Es el año 1978, pocos meses después de la partida de Srila Prabhupada. Mi hijo tiene seis meses de edad y yo tengo los veinte recién cumplidos. Acabo de llegar a Nueva York y pregunto si puedo dedicarme a la distribución de libros, mi servicio favorito. Durante la conversación, un par de mujeres se me acercan y me cuentan que el grupo de las mujeres de Nueva York es maravilloso. Dicen que “T dasa se preocupa de que las mujeres tengan toallas sanitarias durante su menstruación”. Sé que esto es novedoso porque no todas las mujeres tienen fácil acceso a sus necesidades básicas. “Y también”, continúan, “no se parece en nada a D, que es mucho peor que Jiva”.

Siento escalofríos. Había escuchado rumores sobre el equipo de mujeres de Nueva Vrindavana, pero los devotos de Nueva York han oído más del abuso físico y psicológico que soportan las mujeres en Nueva Vrindavana para servir a Srila Prabhupada.

No respondo. ¿Qué se puede decir ante semejante información?

Aparece el siguiente pensamiento. Respiro agitadamente. ¡Me acuerdo! ¡Me acuerdo!

Después de llegar a la calle 55 West, Srila Prabhupada se me apareció en un sueño. Nunca había soñado con él y este sueño me hizo temblar. Srila Prabhupada estaba angustiado y me decía que los desacuerdos entre hombres y mujeres arruinarían su movimiento. Estaba perplejo y perturbado, y quería que esto se detuviera. Me miró suplicante como si yo tuviera que hacer algo.

¿Qué podía hacer yo? Algunos años después, cuando se publicó el Lilamrita, me enteré de que a Srila Prabhupada le disgustaban los desacuerdos entre los sannyasis/brahmacaris viajeros y los grihasthas presidentes de templos. Pero fue Prabhupada quien me manifestó primero su preocupación e insatisfacción en mi sueño.

Ahora su mirada me atormenta. Durante años he ignorado el sueño y ahora aparece con la misma petición. ¿Cómo puedo responder? ¿Qué puedo hacer?

No puedo responder a las preguntas. Algo más aparece en el horizonte de mi conciencia. Todo. He ignorado todo. Sé que estos recuerdos no volverán a esconderse nunca más. ¿Pero qué hago con todo esto? Las memorias me aplastan y lloro aún más.

La próxima escena comienza. En 1978, algunos años después de haber conocido a las mujeres del equipo de Jiva, regresé a Berkeley y vi que todas usaban saris blancos. Yo creía que solo algunas de ellas se habían “casado” con Jiva, pero ahora todas estaban de blanco. Había salido a la luz que Jiva había abusado psicológica, física y sexualmente de muchas de ellas. En su sabiduría, los administradores le dieron la orden de sannyasa y básicamente lo ascendieron. Yo creía que este ashrama era una recompensa para aquellos que conseguían controlar su deseo sexual. Pero en aquel entonces sucedían acontecimientos extraños y aterradores en la estructura social de ISKCON, que se manifestaba como una discordia en contra de las mujeres. Las mujeres jóvenes se vestían de blanco manifestando que nunca se casarían. Ellas continuaban siendo el mayor soporte financiero del templo y trabajaban largas horas para recaudar dinero. ¿Qué hacían los administradores por las mujeres que habían sido abusadas? ¿Cómo se encontraban mis hermanas ahora?

Me imagino las condiciones que probablemente tuvieron que soportar las mujeres y me siento abrumada. Siento en mi cuerpo lo que imagino que ha sido su dolor. Seguramente estoy enloqueciendo.

A medida que se acaba la noche veo claro que necesito hablar con alguien. Pero ¿con quién? ¿En quién puedo confiar? Durante el día miro a diferentes hermanas espirituales y trato de pronosticar si puedo hablar con ellas. Después de algunos días me atrevo a hablar con una de ellas, teniendo mucho cuidado de no revelar completamente todo lo que hay en mi mente.

“No te estás inventando ni los problemas ni las injusticias”, me asegura. Esta breve conversación me calma y, poco a poco, mis noches de insomnio se acaban. Pero el problema permanece. Cada vez me doy más cuenta de las injusticias que sufren las mujeres, como si hubiera desarrollado una nueva antena. Durante mucho tiempo había ignorado mis experiencias y las había ignorado clasificándolas como anomalías.

Me pregunto si alguna de mis hermanas espirituales se ha salvado. Pienso en algunas pocas que seguramente no han experimentado gran parte de la situación, como las casadas o las que viven fuera del templo. Sé que las esposas de algunos presidentes de templo se salvaron. Sé que no todos los hombres se han propuesto herir intencionalmente a las mujeres; muchos de ellos no se dan cuenta, pero han sido cómplices de este sistema y continúan siéndolo con su silencio, y la situación es atroz.

Con cautela, comienzo a hablar con mis hermanas espirituales y me doy cuenta de la profundidad de su dolor enterrado: no estoy sola en lo más mínimo.

Dentro de mi crece un compromiso y se fortalece. Aceptaré lo que suceda y buscaré la guía de Krishna en mi vida. Quiero responder con humildad y avanzar en la conciencia de Krishna. Pero no puedo permanecer callada ante los abusos que toleran mis hermanas espirituales. Hablaré con honestidad.

Sin embargo, aún no encuentro mi voz. Estoy completamente aterrorizada. ¿Qué pasará si alzo la voz? Podría perderlo todo. Mi familia espiritual lo es todo para mí. ¿Dónde puedo acudir si pierdo este refugio? No tengo posesiones materiales y podría perder mi posición y mi familia espiritual. ¿Cómo puedo ir en contra de las reglas sociales instituidas en todo el movimiento?

Mientras luchaba con este creciente malestar interno, tuve que afrontar otro tema chocante: se concertaron matrimonios para mujeres que no querían casarse y/o que no querían casarse con el hombre que habían elegido para ellas.

Llegó mi turno. En el año de 1985 me senté en el suelo conmocionada y desorientada. El devoto frente a mí me anunció que mi autoridad había decidido que debía casarme. Durante nuestra conversación de media hora, dije tres o cuatro veces: “No, no voy a casarme”. Me pregunté cuánto tiempo necesitaría el devoto para entender mi decisión. Para poder librarme del peligro y ayudar a encontrar una pareja para ese hombre, le di el nombre de otras tres mujeres que estaban interesadas en casarse con él. Finalmente, el brahmacari mensajero me dijo: “Realmente no tienes alternativa; el sacrificio de fuego se hará en tres semanas”.

Y así fue. No, nunca iría en contra de mi autoridad superior; pero esto me devastó y solo aumentó exponencialmente mi convicción de que en ISKCON se trataba mal a las mujeres.

1986
A medida que continúo conversando de forma privada con mis hermanas espirituales mayores, surge una imagen de ISKCON antes del sexismo. Es una imagen completamente desconocida para mí, ¡y eso que soy devota desde hace once años!

Aunque había visto a Jadurani dar un par de clases, se lo impidieron poco después de que yo me uniera al templo de Los Ángeles. Me enteré de que, tal como los hombres, las mujeres también daban clases al entrar al templo: ¡se les entrenaba por igual! De hecho, el mismo Prabhupada había pedido a las mujeres que dieran clases delante de él.

Mis hermanas me contaron que Prabhupada les pedía que dirigieran kirtanas delante de sannyasis y otros miles de personas. Por lo tanto, la convicción generalizada de que los renunciantes no podían escuchar el canto de una mujer era inventada.

Prabhupada le había pedido a Yamuna y a Govinda que se unieran al GBC, pero Tamal Krishna Goswami protestó con tanta vehemencia que ellas desistieron. Las mujeres habían sido pujaris en India. En los templos, las mujeres se ubicaban al lado de los hombres, no en la parte de atrás. Cuando los hombres se quejaron de que las mujeres cantaban japa en el templo, Srila Prabhupada dijo (en una carta del 3 de diciembre de 1972 para Ekayani y en una caminata matutina en Australia) que los que se sintieran agitados podían irse al bosque. Durante el guru-puja las mujeres ofrecían pétalos de flores a Prabhupada en su vyasasana. A pedido de Prabhupada, las mujeres ofrecían dandavats. ¡Muchas cosas habían cambiado y la mayoría de los devotos no lo sabían!

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Algunas hermanas espirituales explicaron que, a medida que la cantidad de sannyasis aumentaba en ISKCON, también lo hizo la misoginia. Cuando los sannyasis que habían ido a la India regresaron, hicieron cambios. Otras hermanas espirituales se preguntaban qué era realmente védico y qué eran comportamientos inculcados en la sociedad hindú por la influencia musulmana. Bhaktivinoda Thakura escribe que el dominio mahometano entre 1207 y 1757 fue una calamidad que disminuyó enormemente el estándar del varnashrama y contaminó la cultura de muchas maneras. Así, me doy cuenta de que hay algo de verdad en sus declaraciones. Independientemente de si yo puedo resolver ese problema, Srila Prabhupada conocía la cultura védica más que los nuevos sannyasis convertidos: su discernimiento triunfó sobre la de ellos.

A medida que descubría cada pieza de la historia, me asombraba y consternaba más y más. Las barreras sociales y espirituales para las mujeres de ISKCON no reflejaban lo que Srila Prabhupada había establecido para nosotras. Estaban destruyendo lo que Srila Prabhupada había instituido. Necesitábamos transformarnos socialmente para regresar a lo que Prabhupada nos había dado.

Algunas de las historias me pasmaban. Una mujer contó que estaba haciendo un servicio cerca del vyasasana antes de que Srila Prabhupada comenzara la clase. A un sannyasi no le gustó su presencia entre los hombres y le golpeó en la espalda con su danda. Por suerte para él, Prabhupada no lo vio.

Otra hermana me contó sobre la tensión que había entre ella y otro hermano espiritual sannyasi que no apreciaba su participación en la administración del templo, un servicio que Srila Prabhupada le había dado. Para tratar de calmar la tensión, acudió ante su hermano espiritual y le ofreció reverencias. Él decidió no responder a las reverencias y, mientras ella estaba en el suelo, la golpeó en el estómago.

Y, ¡oh!, las historias de palizas en muchos matrimonios y el abuso emocional extremo que sufrieron las mujeres después de casarse con hombres que, cuando fueron adoctrinados como brahmacaris, aprendieron a odiar a las mujeres y no estaban preparados para evolucionar su pensamiento. Muchos hombres no llegaron a ISKCON siendo machistas y ahora eran completamente misóginos.

Empecé a enojarme. ¡Y mucho!

Ayúdame, les pedía a mis hermanas. Tenemos que hacer ver lo que está pasando. Necesitaba el respaldo público de al menos una persona, pero todas ellas se negaron. Tenían miedo. Finalmente decidí acudir a Yamuna. Ella me miró seriamente y me dijo: “No sabes a lo que te enfrentas, Pranada”.

“Pero sí lo sé, Yamuna, por eso necesito ayuda”.

Con los ojos llenos de lágrimas, colocó una mano en su corazón. “No puedo, Pranada, me rompería el corazón”.

Sabía a lo que se refería. En conversaciones anteriores ella me había descrito eventos que le habían roto el corazón y la habían hecho recluirse, porque no podía tolerarlo más.

Pero ese año finalmente encontré mi voz. Mi voz era débil y tímida, pero emergió.

Estaba en una reunión con tres hombres hablando sobre un servicio. Ellos dependían de mí porque yo era la única del grupo que conocía los detalles del proyecto. K dasi no estaba presente, pero era miembro importante del grupo. Ellos eligieron ciertas palabras para referirse a ella, las mismas palabras que yo había escuchado refiriéndose a mí durante años.

“Ella es independiente y eso es sencillamente inaceptable”, dijo uno de ellos. Los otros dos estuvieron de acuerdo y sumaron más defectos a la lista. Empezaron a hablar de quitarle algunos de sus servicios y de “ponerla en su lugar”. Esto se extendió por una buena media hora.

Yo conocía a K porque había trabajado con ella. Al referirse a ella como “independiente”, se referían a que era inteligente, competente, dedicada y tenía opiniones propias. Ella no actuaba a diestro y siniestro, si no que era competente y ellos se sentían amenazados.
Yo dije: “Deberían tener cuidado con faltarle el respeto a un miembro importante del equipo. Su bravuconería en querer encontrar a otra persona puede ponerlos a ustedes y al servicio en problemas”.

No tuve valor para decir nada más durante la reunión; pero les escribí una larga carta explicándoles lo incorrectos que eran su actitud y comportamiento. Les pregunté por qué se sentían amenazados por una mujer. Les expliqué por qué no toleraría sus comentarios y comportamiento, y si ellos volvían a criticar a K (o si intentaban quitarle su servicio), yo no respondería más a sus consultas. Punto final. Al menos en aquel momento ellos dependían de mí, así que mi declaración tenía peso.

Temblaba mientras sellaba el sobre, pero estaba feliz por defender a una hermana. Si cada una de nosotras hiciera esto, ¡podríamos cambiar la situación! Dije lo que debía decir. Mientras intentaba tranquilizarme, pensaba: Si soy valiente quizás inspire fuerza en otras mujeres. Tal vez se puede cambiar la situación incontrolable de abuso hacia las mujeres en ISKCON.

Por alguna razón, la reunión fue un punto decisivo para mí. Creo que vi de primera mano cómo aquellos devotos querían socavar la vida de K sin ninguna razón a no ser que era una mujer y ellos querían controlarla. Yo había pasado por eso antes y sospechaba lo que debían hablar a puerta cerrada, pero ahora lo vi en primera persona. Mi decisión frenó sus planes de dañar a K y dejaron de hacer comentarios negativos sobre ella.

No iba a permitir a los devotos en cuerpos masculinos tratar así a ninguna de mis hermanas. Y había que detener ese comportamiento de raíz: en las clases. Después de haber escuchado incontables clases del Bhagavatam en las que los hombres despreciaban a las mujeres, decidí que no tenía que quedarme y escuchar. ¡Qué sentimiento de liberación! Y si me quedaba en alguna clase, al final podía levantar mi mano y cuestionar lo que se había dicho o hacer comentarios. Empecé a hacerlo. Todo el tiempo. Me quité la mordaza de la boca y salí del armario oscuro en el que me había escondido asustada.

Estaba convencida de que si las mujeres recuperaban sus servicios lograríamos hacer grandes cambios en las actitudes y los comportamientos desmoralizantes (dirigidos tanto a hombres como a mujeres), y recuperaríamos el equilibrio en ISKCON para lograr una prédica más vigorosa. Prabhupada quería que, además de purificarnos, predicáramos.

A medida que me adaptaba a esos pensamientos, me cuestionaba cómo llamar la atención sobre la difícil situación de las mujeres y la necesidad de un cambio en la estructura social. Continuaba buscando a alguna persona que me apoyara públicamente.

Me acerqué a Saudamani y le expliqué mi angustia y lo que había descubierto. Le pregunté si me ayudaría. Ella quería saber qué quería cambiar; no me dijo que el cambio era imposible o que no podía ayudarme. ¡Ella quería saber qué quería cambiar yo! Hasta ahora nadie había abierto una puerta. Me emocioné.

“Todo, Saudamani, quiero cambiar todo. Las mujeres deberían dar clases del Bhagavatam, dirigir kirtans, ponerse al lado de sus hermanos espirituales, iniciar discípulos…” Enuncié rápidamente una lista.

“De entre todas esas cosas, ¿cuál tendría mayor impacto?”

Sabía que tenía algo en mente. “Dímelo tú”.

“La clase del Bhagavatam”, dijo. “Si los devotos ven que las mujeres son tan entregadas, maduras e inteligentes como los hombres, les será mucho más difícil despersonalizarlas y maltratarlas. Escríbeme una carta con todos tus puntos y yo te la responderé. Luego enviaremos ambas cartas al GBC”.

1988
Cuando empecé a escribir mi carta a Saudamani, la maestra de mi hijo vino a decirme que estaba teniendo dificultades para disciplinarlo. Él no seguía sus instrucciones, porque “era una mujer y no tenía que escucharla, ya que era más inteligente que ella”. ¡A sus diez años se envalentonó a tratar a una maestra y persona mayor de esa manera, inspirado por los discursos y las actitudes predominantes en ISKCON! ¿Cómo podría revertir ese adoctrinamiento? Este incidente fue una confirmación de que debía alzar mi voz.

Y por si me quedaba alguna duda, mientras redactaba la carta una hermana espiritual me llamó para contarme que varios chicos habían regresado del gurukula de Vrindavana. Habían sido abusados sexualmente y taparon el escándalo. Simplemente no podía creer lo que me estaba contando. ¿Cómo era posible que sucediera esto en nuestro movimiento? ¿Cómo era posible?

Me confesó que una o dos de las madres habían acudido a las autoridades, que no consideraron sus quejas o las minimizaron. De hecho, les dijeron a estas mujeres que guardaran silencio. ¡Estas vaishnavis estaban fuera de sí, no solo por lo que les había sucedido a sus hijos sino porque no las escuchaban! ¿Dónde estaba la esperanza de justicia y enmienda de esta situación?

Yo estaba furiosa.

Si no se hubieran desmoralizado e intimidado sistemáticamente a las mujeres durante años, el abuso que sufrieron estos niños no se habría ignorado.

Con estas noticias dejé de sentir miedo por lo que podría ocurrir si alzaba mi voz. Había vivido demasiado, visto demasiado, escuchado demasiado y sabía demasiado.

No iba a permanecer callada.

Enviamos mi carta dirigida a Saudamani y su respuesta al GBC.

Además, presenté un punto para la agenda del GBC solicitando que se aprobara una ley para que las mujeres pudieran dar clases del Bhagavatam. La respuesta del GBC me pareció una estrategia política compleja: no era necesario registrar una ley que permitiera dar clase a las mujeres, porque no había ninguna ley que lo prohibiera. Estaba llena de pavor: mis hermanos espirituales pretendían ignorar la dimensión de la situación. Ya no se trataba de que no estaban enterados del problema. Ahora lo sabían y no tenían ninguna intención de ayudar.

Saudamani, que era muy experta, dijo: “Empecemos a dar clases”. Mi corazón se detuvo. Aunque no había recibido formación para hablar en público, seguí adelante por mis hermanas, ignorando mi pánico. Saudamani y yo comenzamos a dar clases del Bhagavatam. Tan pronto como una de nosotras se sentaba en el asana, los hombres se levantaban y se iban. Se escuchaba bullicio en los pasillos. Se desencadenaron discusiones en todo el movimiento.

Nuestras cartas alentaron a algunas mujeres. Manasa Ganga dasi, una devota nueva, me preguntó por qué a las mujeres no se les permitía cantar japa en el templo; le respondí que “no había ninguna razón”. Entonces escribió una carta a los devotos de Filadelfia pidiendo que se cambiara el estándar. Funcionó. Después de casi una década de prohibición, se les permitió a las mujeres cantar en el templo. Este segundo cambio en el templo de Filadelfia alimentó más conversaciones, no solo en Estados Unidos sino también en otros lugares. Los devotos empezaron a preguntarse: “¿Qué están tramando estas mujeres?”

Recibí una amenaza anónima de muerte, asegurándome de que iban a lograrlo. M, de Nueva York, me envió una nota diciéndome que estaba destruyendo el movimiento de Srila Prabhupada. Varios expresaron el mismo sentimiento. Empezaron a circular toda clase de insultos, muchos de ellos dirigidos a mí. Me afectaba, pero no lo suficiente como para callarme. Estaba segura de que, cuando los devotos comprendieran lo estaban sufriendo las mujeres, sus corazones se ablandarían y podríamos ser una familia más unida.

La revista Back to Godhead (De vuelta al Supremo) se trasladó a San Diego. Como servíamos en el proyecto de la revista, mi esposo, mi hijo y yo también nos trasladamos allí.

KK me estaba esperando. Ella quería que las cosas en San Diego cambiaran (y alrededor del mundo), y quería cambiarlas ahora. Me sugirió convocar a todas las mujeres de ISKCON a una huelga y frenar bruscamente el movimiento. “Con tan solo tres días podemos parar todo”, dijo apasionadamente. No había ninguna duda. Lo sabíamos demasiado bien. Pero le respondí que llegaríamos más lejos al elevar la conciencia de los devotos y educarlos. No quería dañar la prédica.

Ya que eso no era posible, ella quiso saber cómo se podía cambiar el estándar del templo a la hora de recibir darshana, de manera que las mujeres pudieran ver a las Deidades durante los aratis, ubicándose al lado de los hombres. Le dije que seguiríamos el protocolo de quejas de ISKCON. Primero, ella debía dirigirse al presidente del templo. Le sugerí que le escribiera una carta y indiqué algunos de los puntos a mencionar. El presidente del templo se tomó su tiempo para responderla y finalmente le dijo que debía dirigirse al representante del GBC. Este le dijo que presentara el asunto al director del GBC. El director del GBC le dijo que ella debía discutir el asunto con el presidente del templo. Toda esta correspondencia tomó varios meses (aún no existían los correos electrónicos), pero ella no desistió.

Al parecer, los devotos del GBC entraron en contacto con el presidente del templo. Él se sintió presionado y cedió ante la solicitud. Dibujó una línea imaginaria al lado del templo, aproximadamente a tres metros del altar. Nos dijo que podíamos ubicarnos en ese espacio y que, si alguna vez cruzábamos la línea, nos revocaría el privilegio. La mayoría de las mujeres se mantuvieron atrás, para que no consideraran que se rebelaban contra los hombres. Habían oído los rumores sobre mí.

Las mujeres que sufrían maltrato comenzaron a llamar a mi puerta. Una de ellas llegó angustiada porque su marido la violaba casi todas las noches; otra llegó con un ojo morado y hematomas. Tuve que educarme sobre los recursos disponibles para estas devotas, y les brindé apoyo moral y consejos de sentido común.

Pero aún no veía un cambio real en ISKCON. En Filadelfia, Saudamani daba clases y las mujeres cantaban japa dentro el templo. En San Diego, las mujeres podían ubicarse a un lado del templo para ver a las Deidades. Después de un año las cosas mejoraron un poco para las mujeres. Pero ¿qué más se podía hacer?

1989
No conocía bien a Sudharma, pero me acerqué a ella en la acera del templo de San Diego y le revelé mis frustraciones. ¿Acaso podría ayudarme a cambiar la situación de las mujeres en ISKCON? Lo que yo no sabía es que ella conocía a fondo el problema de abuso contra las mujeres en ISKCON. Aunque se había librado de mucho, llegó a estar en el equipo de Jiva.

“Oh, Sudharma, ¿podrías ayudarme, por favor?”

“Sí, pero ahora mismo me estoy yendo a la costa Oeste. Mukunda Maharaja me ha pedido que dirija el departamento de relaciones públicas de ISKCON para el caso jurídico de Robin George. Acaban de reducir el veredicto original de treinta y dos millones de dólares a nueve millones, y eso significaba que aún estamos en riesgo de perder templos. Dame un par de meses y volveremos a ponernos en contacto”.

Ese día forjamos una alianza fructífera. Después de unos cuantos meses trazamos un plan. Yo lanzaría la revista Priti-laksnaman y la enviaría a los devotos y administradores de todo el mundo, para fomentar el diálogo y continuar educando desde la base. Sudharma, que ahora estaba en contacto regular con los presidentes de templos y los GBC por su importante servicio en el caso jurídico de Robin George, les contaría la situación que estaban atravesando las mujeres en ISKCON. A medida que fuera forjando relaciones y apareciera la oportunidad, ella le mencionaría el tema a cada uno de ellos. Nos embarcamos en un proceso lento y arduo, pero meticuloso.

Devotas de todo el mundo me escribieron, algunas para manifestarme su apoyo y otras su enfado. Los sannyasis que venían de visita me preguntaban por qué reclamaba. Algunos se conmovieron genuinamente con mis respuestas y cambiaron su perspectiva. Suhotra Swami me escribió desde Alemania animándome a continuar. Sridhar Swami y Satsvarupa das Goswami me dijeron que apoyaban mi trabajo. Pero eran declaraciones privadas.

En algunos momentos llegué al límite de mi frustración. Cuando parecía que los devotos habían entendido cuáles eran los problemas, veía que en realidad no habían entendido absolutamente nada. Un sannyasi me pidió que me hiciera cargo de la administración de un proyecto importante. “Pero, Maharaja”, dije, “su invitación va en contra de su opinión. ¿Recuerda? Usted dice que las mujeres son menos inteligentes. ¿Cómo podría yo aceptar este servicio?” A lo que él respondió, muy seriamente, que yo era una excepción. Me revolvió el estómago.

Los administradores me pedían que participara en varias juntas de ISKCON. Me convertí en la mujer simbólica. ¿Debía rechazar las ofertas? ¿O era mejor aceptar los servicios para demostrar que las mujeres éramos capaces de hacerlos?

Sudharma y yo nos enfocamos en nuestras líneas de trabajo con paciencia, aumentando gradualmente la sensibilización, la comprensión y la simpatía en todo el mundo. La revista Priti-laksanam se distribuía ampliamente. Por cada revista que enviaba, la leían tres devotos más. Esto contribuyó a cambiar la forma de pensar de muchos. Algunas personas ya no aceptaban automáticamente ciertos patrones de comportamiento arraigados. Pero las reglas tácitas de comportamiento y las restricciones en el servicio se mantuvieron.

1994
Sudharma tenía que recordarme una y otra vez que tuviera paciencia. Me aseguraba que estaba avanzando en relación con nuestros hermanos espirituales. Yo sabía que la tomaban en serio y sospechaba que ella encontraría la oportunidad. Si perdíamos el juicio de Robin George, podríamos acabar perdiendo muchos templos importantes en Norteamérica. La contribución de Sudharma era importante. Nuestros hermanos espirituales no podían negar su competencia y capacidad, ni el impacto que estaba teniendo en la ardua batalla por salvar los templos. Cuanto más demostraba sus capacidades, más crédito le daban. Su relación con nuestros hermanos espirituales fue fortaleciéndose y así pudo hablarles con más profundidad sobre la situación de las mujeres. Finalmente, algunos de ellos lo lograron entender y mostraron su apoyo públicamente. Mukunda Maharaja, Bir Krishna Maharaja y Bhakti Tirtha Maharaja estaban dispuestos a ayudar a Sudharma para presentar el tema en las reuniones del GBC. Bhakti Tirtha Maharaja sugirió que, en vez de establecer un consejo, estableciéramos el Ministerio de la mujer. En 1994, se estableció el Ministerio de la mujer en Norteamérica, con derecho a voto en el GBC, y Sudharma asumió el cargo de ministra.

1995
Sudharma llamó a mi puerta. Cuando abrí ella no entró, si no que simplemente se quedó en el umbral sonriendo, posiblemente exhausta después de las largas reuniones del GBC en Norteamérica.

“¿Qué, Sudharma? ¿Qué?”

“Han votado a una mujer para un puesto en el nivel administrativo más alto de Norteamérica”. Me eché a reír, salté y la abracé.

Habían elegido unánimemente a Sudharma como directora ejecutiva de ISKCON en Norteamérica. Esta posición le daba derecho a participar en el equipo del GBC internacional en Mayapura. La recibieron en su cargo ejecutivo (el más alto en el cuerpo administrativo de Norteamérica). Reconocieron sus cualificaciones, que ya se habían hecho evidentes en su trabajo con los líderes de Norteamérica en el caso jurídico de Robin George. Los devotos le tenían tanto respeto que no les costó incluirla.

Habían pasado diez años desde el momento en el que me angustié y cinco desde que había empezado a trabajar con Sudharma. Habíamos superado una barrera importante y atravesado el techo de cristal para las mujeres. El año anterior, Sudharma había logrado establecer el Ministerio en Nortamérica con derecho a voto. Y este año la habían nombrado directora ejecutiva del GBC en Norteamérica. Quizás ahora seríamos capaces de restablecer lo que Srila Prabhupada nos había dado y eliminar para siempre la debilitante idea de que el cuerpo material determina el tipo de servicio y prédica que podemos hacer.

Justo cuando estábamos consiguiendo realmente avanzar, me enfermé y solo pude ayudar a Sudharma desde las trincheras. Acudía cojeando a algunas reuniones y conferencias. Ella siguió adelante, liderando el camino después de reunir el apoyo y la ayuda de almas especiales como Anuttama dasa, Bhakti Tirtha Swami, Bir Krishna Swami, Kusha dasi, Mukunda Maharaja, Prasanta dasi, Radha dasi, Rukmini dasi, Visakha dasi, Vraja Lila dasi y otros. Y, por supuesto, siempre contábamos con el apoyo silencioso y amoroso de Yamuna Devi.

En 1996, Sudharma Prabhu estableció el Ministerio internacional de la mujer, ahora conocido como el Ministerio vaishnavi.

Es interesante resaltar que Tamal Krishna Maharaja, el emblema del pensamiento y el comportamiento misógino, y al que muchos líderes predominantes tenían en alta estima, aceptó de buen agrado la presencia de Sudharma Prabhu en el GBC de Norteamérica y en el internacional. Como sabemos, cuando Srila Prabhupada instauró el GBC él se opuso a la participación de las mujeres.

1996
En septiembre, participé del primer diálogo vaishnava-católico de Norteamérica en East Freeport, MA, y entre las sesiones compartí mesa para tomar prasadam con Tamal Krishna Goswami y Ravindra Svarupa dasa. Tamal Krishna Goswami me dio las gracias por mi trabajo en educar a los devotos en relación con las vaishnavis. Me dijo sin rodeos que él apoyaba todos mis esfuerzos para iniciar cambios para las mujeres en todas las esferas de participación de ISKCON, incluso como gurus. Al incluir a Sudharma en el GBC, demostró su creencia. Comentó que había cambiado sus puntos de vista sobre la mujer después de interactuar con mujeres muy inteligentes del mundo académico (algunas más inteligentes que él, dijo), al darse cuenta de que las actitudes sexistas de ISKCON sin fundamento shástrico perjudicaban la prédica, y al realizar personalmente el daño que había infligido en sus hermanas espirituales, muchas de las cuales eran muy competentes. Estaba realmente arrepentido.

La segunda parte de la historia solamente puede contarla Sudharma Prabhu, a quien le ofrezco mis koti dandavats y mi profundo agradecimiento por su devoción, abnegación y deseo amoroso de incluir a tantas hermanas espirituales como fuera posible en nuestra campaña para acabar con el silencio y empoderar nuevamente a las mujeres.

Si Sudharma no hubiera escrito algo, este libro y las resoluciones del GBC que se aprobaron durante su mandato entre los años de 1994 y 2000 serían suficientes para contar el resto de la historia. Afortunadamente, este libro incluye algunas de sus memorias y reflexiones en el epílogo.

Este texto pertenece al libro “La voz de las mujeres emerge en ISKCON”. Te invitamos a seguir leyendo su contenido aquí: https://vaishnaviministry.org/surgimiento-espanol/

La historia no contada de como encontre mi voz

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